EL LAGO TITICACA Y LAS ISLAS DE LOS UROS
- alaskatierrafuego
- 16 ago 2017
- 9 Min. de lectura
Después de varios días en el campamento es hora de seguir rumbo al sur, con una diferencia, nuestra casa está en el mercado, antes o después sabíamos que este momento llegaría y aunque no sabemos cuál será la reacción, es como un antes y un después. Ahora hay una presión que hasta ahora no habíamos sentido, pero tenemos que asegurarnos la venta y hemos decidido ponerla con tiempo.
Vamos en dirección al lago Titicaca aunque queremos hacer una parada en un magnífico lugar al que no es fácil de llegar, la montaña colorada, una montaña de colores que parecen un arcoíris y que por las fotos que hemos visito es un destino que no podemos perdernos.
Travis, el chico Americano que conocimos en el camping y que se dedica a vender café, para hacer caja, también va en esa dirección, así que decidimos ir juntos.
Las despedidas en el camping, el llenado de propano y la parada obligatoria en un supermercado Totus han hecho que se nos pegue el arroz y posiblemente no lleguemos hasta nuestro destino. El primer tramo de carretera está bastante bien, pero para llegar, hay que atravesar algunos pueblos un tanto remotos y unos veinticinco kilómetros de trocha, efectivamente y como presentíamos nos cae la noche encima. Travis va delante y sigue conduciendo, a pesar de que la carretera es bastante estrecha, yo comienzo a ponerme nerviosa, francamente, ya tuvimos bastante aventura en la carretera hacia Machu Pichu y no tengo ganas, sobre todo de dañar la casa ahora que lo hemos puesto en venta.
Como él va más rápido, le hemos perdido, pero unos chicos que nos encontramos por el camino nos dicen que le vieron pasar, finalmente a unos kilómetros le encontramos parado en un pequeño ancho. Yo les digo que retrocedamos porque no sabemos lo que nos vamos a encontrar, y parece que el resto del equipo acepta, así que volvemos en busca de un lugar entre unos árboles donde me pareció que había espacio para los dos vehículos. Para nosotros dar la vuelta, no es para nada tarea fácil, pero finalmente lo conseguimos.
Después de visto el camino y escuchado que hay bastante tránsito de minibuses con turistas, yo no pero ojo en toda la noche, por lo que sea tengo un mal presentimiento, cuando me despierto, Jose ya lleva un buen rato y me dice que ha visto pasar más de 40 buses llenos de turistas, con lo que nos miramos y decidimos no ponernos en riesgo para llegar a un lugar que por muy bonito que sea va a estar saturado de gente, Travis decide continuar…..
Nosotros cambiamos la montaña de colores por un paraje en el altiplano con vistas a los picos nevados y con una iglesia abandonada pero con encanto y donde vemos un magnífico atardecer al más puro estilo del Oeste Peruano.
Conforme va cayendo la noche, el calor abrasador del día se va convirtiendo en un frío polar. No hay manera de calentarnos así que difícilmente conseguimos pegar ojo.
Ya hemos pensado en la solución para la siguiente noche, llenar botellas con agua caliente y meterlas en la cama, ¿a ver si funciona?.
Seguimos ruta hacia el mítico lago Titicaca, pero queremos ir a sitios lo menos turísticos posibles. Ya nos hemos dado cuenta de que el turismo, es bueno para todas estas comunidades, pero también les hace perder autenticidad, así que nos dirigimos a la península de Capachica.
Para llegar a esta península hay que atravesar Juliaca, y si pensábamos que ya lo habíamos visito todo en Perú, Juliaca supera con creces de lo que es una ciudad “Sin Ley “, donde las toneladas de basura se triplican y donde las calles están peor que en ningún otro lugar por el que hayamos pasado, por suerte es domingo y el tráfico ayuda un poco al cruce, pero aun así, las miradas de la gente nos hacen apretar el acelerador para salir cuanto antes de aquí.
Conforme nos acercamos a la península, vemos por el camino a campesinos cultivando sus tierras, llevando al ganado, y aquí las mujeres llevan los sombreros más curiosos y llamativos que hemos visto hasta ahora, con unos borlones de colores, muy originales, aunque cada vez que preguntamos por el atuendo, nadie sabe decirnos de donde viene, tendremos que documentarnos.
Después de unos cuantos kilómetros, ahí tenemos delante de nosotros este inmenso lago, cuna de la cultura Inca. Según cuenta la leyenda, Manco Capac y su hermana Mama Ocllo, hijos del sol, emergieron del lago Titicaca para establecer su civilización en el valle de Cuzco.
El lugar es francamente bonito, y quitando a unos cuantos pescadores, unas señoras haciendo la colada y unos niños volando comentas, el sitio es para nosotros solos. Con lo que a pesar de que hace un frío que pela decidimos hacernos un bautizo Inca, y osamos a meternos, aunque no del todo en la aguas del lago, y así tomamos nuestros nombres Incas, Tupac y Amaru, como el guerrillero del pueblo Inca.
Seguimos dirección al sur de esta península, y en uno de los pueblecitos, Maria una señora local con unas trenzas muy graciosas, y unos borlones para recogerlas, nos pide que la llevemos a Llachón, pues ahí vamos. María nos cuenta como es la vida en estos lugares, “de supervivencia”, también nos explica que esos borlones son distintivos del estado civil de la mujer, así que si son negros ya no están disponibles. Curiosas costumbres.
Dejamos a Maria donde nos pide y nosotros aparcamos el coche para explorar este bonito lugar, a la orilla del lago donde observamos cómo transcurre la vida.
Casas de adobe, rebaños con sus pastores y gente cultivando sus tierras, escenas que al atardecer se nos quedan grabadas como si de una película se tratara.
No sabemos muy bien donde pasar la noche, así que decidimos conducir pueblo arriba. Las mujeres por el camino vuelven a casa con el ganado porque ya está oscureciendo, una de ellas, Modesta, se nos acerca con su rebaño y nos dice que tengamos cuidado con el camino que es muy estrecho y pedregoso y podemos arruinar el coche, pero ya no podemos echar marcha atrás, y aquí, no como en otras ocasiones, presentimos que no va a venir ningún coche de frente, porque en el tiempo que estamos aquí el nuestro y el de unos muchachos con monos naranjas que están haciendo sanitarios en el pueblo, son los únicos dos que hay.
Después de un rato conduciendo, encontramos una parcela donde podemos entrar y con unas preciosas vistas al lago, así que aquí nos quedamos contemplando los últimos rayos del sol iluminando las aguas de este mítico lago.

Después de un par de horas, alguien llama a la puerta…..¡¡tuc tuc!!, la verdad que no nos hace gracia, y desde la ventana no vemos a nadie.
-¡¡Oigan!! - Abran la puerta…. Finalmente decidimos abrir, es Antonio, uno de los vecinos de la comunidad que vive un poco más abajito y que nos dice que se temía que fuésemos rateros y ha venido a averiguar.
- Pues no somos rateros, somos viajeros Sr. Antonio. Le contestamos.
En principio no le hace gracia que nos quedemos, pero después de un rato, transformamos la situación de tensión en buen rollo, y nos damos las buenas noches.
En este lugar no somos nosotros los que tememos de los locales, sino ellos de nosotros, la verdad que es la primera vez que nos pasa.
Parece ser que nos hemos colocado en el sitio de tránsito de paso de los pastores y pastoras que llevan su ganado y todos extrañados se quedan mirando nuestra casa rodante, no entendemos nada de lo que dicen, y tampoco estamos muy seguros del idioma que hablan, pero es gracioso verlos a través de la ventana.
Nos ponemos a desayunar y oímos que llaman a la puerta, pero parece que llaman a la de coche, no a la de la casa, este parece que es el más lanzado, salimos y se presenta:
Hello, soy Sunday Flower ….. Jajajaaj – pero… ¿este que dice?, es un hombrecillo super gracioso que habla mezclando quechua, español e inglés… muy divertido, este Domingo Flores al que invitamos a unas galletas oreo, ¨Las galletitas negras para la gringita” como ya me han dicho en otras ocasiones.
Sunday Flower, nos cuenta que estuvo en el ejército en Lima y trabajando en las minas de cobre de Bolivia, y que aprendió un poco de Inglés. ¡Sí señor!, esto no nos lo esperábamos.

Nos cuenta un poco de historia del lugar y nos manda a que subamos un cerro para ver una piedra que según ellos era el asiento de Manco Tupac, así que nos vamos cerro arriba, aunque nos falta el aire. Conforme vamos subiendo las vistas son cada vez más espectaculares, y sea o no el asiento de Primer Inca, el esfuerzo ha merecido la pena.
A la bajada, más mujeres pasan con sus rebaños y una de ellas, una anciana, se nos acerca y le da la risa, imaginamos que pensará “¿Y a estos que se les ha perdido aquí?” y lleva razón, intentamos comunicarnos, pero es un poco difícil aunque no paramos de reírnos, así que le damos también unas oreo ( parecemos los repartidores oficiales). Entonces nos damos cuenta, que va descalza con lo que decidimos darle un poco de dinero para que se compre unos zapatos, no sabemos si lo ha entendido, pero empieza a darme besos toda emocionada.
La verdad que durante nuestro viaje, el acercamiento a la gente en sitios tan indígenas no era tan fácil y lo estamos flipando. Esperemos que este lugar se conserve así de auténtico por muchos años.
Antes de dejar Perú queremos ir a visitar algo único en el mundo, unas islas flotantes habitadas por los Uros.
Los Uros es un pueblo indígena que sobrevivió a la conquista Inca construyendo estas islas en el medio del lago hechas a base de juncos, nos cuesta imaginar algo así la verdad. Este pueblo, ha conservado su idioma Aimará y sus costumbres.
No sabemos muy bien cómo abordar esta excursión y nos tememos que sea Machu Pichu II. Las agencias en Puno, la población más grande del lago que organizan excusiones, se quedan con todo el dinero y las gentes de las islas a penas cogen nada de estas visitas.
Otros viajeros nos hablan de un tal Roger, un local que nos puede llevar a visitarlas, así que nos vamos hacia Puno y de ahí a Chulluni, una pequeña población donde supuestamente nos van a recoger. Un niño viene corriendo detrás de nuestro carro, es John, un niño Uro que ahora vive en este pueblo justo enfrente de las islas, nos parece tan encantador que lo invitamos a que se quede con nosotros y acepta encantado.
John nos cuenta su vida, la de su familia, la de los Uros, la de los extranjeros que ha conocido y le encanta cantar villancicos….vamos que parece que le han dado cuerda.
La cena está lista, patatas de montón y filete de cerdo, John nos dice que los Uros comen con las manos, pues nada, tú mismo, aunque llega un momento en que el aceite de las patatas le llega por el codo, Jose y yo nos partimos, pero al terminar la cena le hace falta una ducha jajajaja.
Ahora esta gente ve una alternativa para conseguir dinero con el turismo y de hecho, mientras esperamos a Roger, en la plazoleta de la iglesia, hay unos muchachos construyendo una casa, aunque para ser la 9 de la mañana, llevan un pelotazo del quince. Uno se nos acerca y nos ofrece llevarnos a las islas, pero le decimos que ya hemos quedado, y la verdad, que no sé yo si íbamos a ir muy lejos con este.
En seguida llega Roger y nos dice que ahí podemos dejar la casa, que está segura, pues nada, ahí se queda con los vigilantes borrachos.
Roger vive en una de estas Islas con su familia y en el camino desde Chulluni hasta las islas, mientras pasamos por pasadizos de juncos, nos deleita con historias de su cultura y de cómo se construyen estas islas, hasta que uno de estos pasadizos, desemboca en lo que es una auténtica comunidad de islas flotantes que nos deja con la boca abierta.
Desde tiempos ancestrales, estas comunidades han ido construyendo estas Islas con los juncos y sus raíces hacen que sean más estables, aunque nos cuenta que para evitar que cuando hay marea se la lleve, las fijan con maderas ancladas en el fondo del lago, sinceramente toda una obra arquitectónica de juncos, las casas, y hasta tienen una escuela y también embarcaciones construidas artesanalmente, que en su día las utilizaban para transportar mercancías que cambiaban con otras comunidades.
Roger nos lleva a su isla, donde su mujer Nancy está bordando, dos muchachas salen de una de las cabañas, y comienza una divertida escena familiar, sus padres riñéndoles en Aimará para que se den prisa porque van a perder el “auto-bus” flotante para ir a la escuela, aquí pasamos unas horas conversando con ellos, y finalmente acaban vistiéndonos de Uros…. No hemos podido decir que no.
Roger nos cobra 10 soles ( 3€) por la excursión, con lo que decidimos comprar algunas de las magníficas artesanías que hace Nancy e invitarle a comer una deliciosa trucha en uno de los restaurantes flotantes de la comunidad.
Con esta increíble experiencia Uro, dejamos Perú, a tan sólo una hora nos espera nuestro nuevo país, Bolivia.
¡¡¡¡ Yuspagara Roger !!!! Gracias Roger ¡!!
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